miércoles, 25 de abril de 2012

Relato: Mentiras




Cursé el último año de ingeniería eléctrica cuatro veces. No es que fuese un torpe o se me hubiese atragantado alguna asignatura, sencillamente me encontraba a gusto en ese ambiente. Fiestas, chicas y la existencia tranquila del estudiante que, blandiendo la excusa de los deberes o un examen, se pega una vida de lujo. Podía permitirme esa vida gracias a mi padre. Se empeñó en que hiciera una carrera técnica, hasta tal punto que me advirtió que no vería un céntimo de sus millones si no la terminaba. Sabía que fuera de aquel piso de alquiler para estudiantes, me esperaba una vida bajo su férreo control en la oficina, como uno más de sus lacayos.   

Era miércoles, esperaba la llamada de un amigo que pasaría a buscarme para ir a una fiesta de enfermería. Descolgué el teléfono: - Pablo, ¿dónde estás cabrón? – exclamé. No era Pablo, la voz del abogado de la familia. –Señor Martín, me temo que tengo malas noticias, su padre a fallecido ésta tarde de un paro cardíaco.- Una pausa para que asimilara la noticia. – Señor, le ha dejado a cargo de la ingeniería.- Se acabó la fiesta.

Después del entierro se hizo la lectura del testamento. A mi madre, su ex mujer, le legaba la mayoría de su fortuna, como si el dinero pudiese redimirle de los años de abandono e infidelidades. No estaba presente, hacía años que se había desentendido de nosotros, su abogado la representaba. A mí, como ya me habían adelantado, me legaba  la ingeniería y el dinero necesario para pagar los sueldos a sus asesores durante un año, además de todos los permisos y licencias necesarios.  El albacea me proporcionó una carta. – Era voluntad de su padre que la abriera el día que heredara el negocio.-Dijo. El abogado de mi madre se la quedó mirando embobado, no era de extrañar pues la carta estaba enmarcada con grapas, a modo de sellado auxiliar. Tal vez en sus últimos días perdió el poco juicio que le quedaba. La guardé para leerla más adelante.

Me tomé mi tiempo para buscar un piso de alquiler en la ciudad, no tenía ninguna prisa por empezar mi nueva vida. Aunque los ayudantes de mi padre tardaron poco en localizarme, esgrimiendo contratos y fechas de entrega cercanas, me instaron a retomar el trabajo. Un mes después entraba en la ingeniería. Saludé a mis nuevos empleados, les había conocido en el funeral, apenas desviaron la mirada de las pantallas de sus cubículos. Me dirigí al despacho de  mi padre. Estaba tal y como lo recordaba, atiborrado de objetos adquiridos más por hacer gala de poder adquisitivo, que por armonizar con el ambiente, amontonados de mala manera en estanterías cubiertas por un cristal de seguridad. Casi ni se veían las paredes. La gran mesa en el centro de la habitación era lo único que no había sucumbido a aquel caos. El portátil, un lapicero y  una foto de mi madre cogiéndome en brazos, como únicos pobladores.   

Me acomodaba en la butaca cuando entró Carlos, ingeniero de fluidos. Una vez cumplidas las formalidades, me plantó sobre la mesa el informe de una obra para una futura presa, a juzgar por el sonido al aterrizar, debía tener unas cuatro mil páginas por lo menos. – Espero que seas tan bueno como tu padre, necesito que revises esto. Tengo que pasarlo a limpio para entregarlo este jueves. Dime si ves algo que no te dé buena espina, eso decía tu padre “ésta página no me da buena espina”.- Me lo quedé mirando, ¿en serio esperaba que revisara eso en dos días? – Carlos, yo no soy mi padre, todavía no he terminado la ingeniería, y apenas tengo experiencia, ¿Cómo pretendes que revise tu trabajo y sea capaz de ver si hay algún error?-  -Bueno, tú eres el jefe. Hasta luego y suerte, llámame cuando lo  des por bueno.- Dijo en un tono de “que te aproveche el marrón”.  

Intentando digerir aquella ensalada de cálculos, esquemas y fórmulas llenas de signos que no había visto en la vida, un leve repiqueo en la puerta me hizo levantar la cabeza. No estaba seguro de haber oído algo, así que continué. Se repitieron los golpes, ésta vez más fuerte. - ¡Adelante! - Dije, algo molesto por la interrupción.  Era Pedro, un físico de treinta y pocos, un individuo tímido y apocado, pero según había oído decir a mi padre alguna vez, listo como el demonio. Me vino con la misma historia pero una fecha diferente, la mañana siguiente debía estar entregado el proyecto. El informe se titulaba “Análisis del termo-aislado axial de los campos subBeta.”, aquello tenía que ser una broma. Pregunté a Pedro- Dime, ¿tenemos algún campo de trabajo específico?, lo digo porque  si esto es para Nasa conozco a quién podría retrasar la fecha de entrega.-

No captó el tono sarcástico. – Puedo responderle en base a lo que yo me he dedicado, que ha sido básicamente a la física de partículas, pero era su padre quién asignaba los trabajos. No sé en qué han estado trabajado los otros.- Aquello no tenía ni pies ni cabeza, según mi madre, mi padre era un ingeniero de tres al cuarto que se dedicaba a firmar proyectos de pacotilla, el dinero de verdad entraba por validar proyectos de obras que no cumplían los requisitos legales. Era raro que no hubiese terminado sus días en la cárcel. Le despaché con un gesto de la mano, antes de que se fuera le pregunté enojado: - ¿Y qué pasa?, ¿con lo listos que sois todos y no sabéis enviarme un correo con toda la información? ¿No sabes que todo este papel me cuesta dinero?-  Se volvió y contestó.- Eso mismo, con otras palabras, le dije un día a su padre, pero él insistía en que todo debía imprimirse. Buenas tardes.- Y se fue a su cubículo.

Con un tremendo dolor de cabeza me dejé caer hacia atrás en la butaca. Debajo de la mesa estaba la caja fuerte, -¿y el código?- dije en voz alta. Recordé la carta, abrí un cajón en busca de algo para ayudarme a quitar aquellas grapas inútiles. El primero estaba lleno de pequeñas cajitas de grapas, alineadas escrupulosamente, sobre ellas una maza en miniatura y un soporte para golpear sumamente gastado. En el segundo cajón solo había grapas. Definitivamente mi padre se había vuelto loco. Desistí de mi búsqueda y utilicé una navaja en miniatura que acostumbro a llevar en el llavero, inofensiva pues no cortaría ni la mantequilla, aunque útil para apretar los pequeños tornillos de mis gafas. Con cuidado retiré todas las grapas y abrí la carta. Decía así.

Si lees esto es que he fallecido prematuramente. Nunca me he molestado en conocerte, ninguno de los dos estábamos por la labor. Cuando nos abandonó tu madre me sumí en una pena atroz, y no quería contagiarte. Siempre te he querido. Si estás en mi despacho utiliza tu imaginación, no te costará descubrir el secreto de mi éxito. Y grápalo todo hijo, TODO.

Pd: el código de la caja es 24-1-90  

¿Grápalo todo? Qué gran ayuda. Y la combinación era la fecha de mi cumpleaños, que típico. Abrí la caja fuerte, no soy un experto pero parecía sumamente robusta, inexpugnable. Esperaba encontrar… no sé, algún título de catedrático de física “que calladito te lo tenías padre”, o  tal vez una lámpara maravillosa, con un genio dispuesto a descubrirme cómo narices repasar esa cantidad de información en tan pocas horas. Lo único que vi fue una simple grapadora. Un modelo antiguo de metal, el uso había hecho retroceder la capa de pintura hasta escasos centímetros en la base. Debía tener décadas. La sopesé, sin duda era maciza, la coloqué sobre la mesa. Me arrodillé para tener una perspectiva completa del interior de la caja fuerte, por si había pasado algo por alto, no había nada más. Busqué algún doble fondo, aquello era demencial, pasé la mano con cuidado y nada. Cerré la caja de un portazo.

Me senté de nuevo, releí la carta de mi padre, “siempre te he querido”. ¿Cómo podía ser tan hipócrita? – ¡Tú la abandonaste!, ¡nos abandonaste a los dos! Tu sed de poder era lo primero, ¿Quién acompañaba a mamá a comprar a esas tiendas tan pijas?, no te importábamos nada, ¡nada!- Me desplomé sobre la mesa, lágrimas de rabia corrían por mi rostro.

Tardé un rato en recomponerme, cogí el informe de Pedro y empecé a leer para evadirme de aquellos sentimientos, no tardé en encontrarlos demasiado herméticos para los profanos. Cogí la grapadora y empecé disparar grapas al aire, cada vez que miraba la carta me daban ganas de golpear algo con fuerza. Descargué mi rabia con el informe, separé unas cuantas hojas y las grapé de un porrazo desmesurado, cogí un montón un poco más grueso y repetí la operación con más fuerza, la grapadora fallo. Quité unas pocas hojas y aticé de nuevo. Volvió a fallar. Miré las fórmulas impresas en las hojas, era algo que había dado en clase y de casualidad recordaba. Repasé los cálculos y vi un error. Una idea demencial cruzó mi mente. Separé la hoja con el error y volví a grapar. Perfecto. Una voz en mi interior dijo: - ¿Por qué sino iba a guardar una grapadora en una caja fuerte como esa?-, metí la hoja con el fallo de cálculo en la grapadora, la accioné con cuidado, la primera grapa no ancló, las cuarenta siguientes tampoco.

Con un bolígrafo corregí el error, tachando un par de números y poniendo el valor correcto al final de la ecuación, volví a grapar. A la primera. No contento con esto, me lancé a la piscina, “prepárenme la habitación  en el manicomio, si puede ser con vistas a la playa por favor”, escribí en un papel: (Esta grapadora sólo grapa la verdad) grapé la hoja y se grapó, casualidad seguro, veinte grapas más y no falló. Escribí (2+2=5), y las grapas no salían o se les torcían las patas, durante veinte minutos estuve probando, tuve que abrir varios paquetes nuevos de grapas y acabé empleando la maza porque la mano me dolía horrores. Taché la incongruencia matemática y con auténtico pavor del resultado accioné la grapadora….funcionó.  No supe cómo reaccionar, empecé a reír como un loco, llamaron a la puerta. Pedro entró sin esperar mi permiso.- ¿Va todo bien? – Preguntó preocupado. -¡Claro que va todo bien! - Contesté con una voz de demente, - ¿Por qué no va  a  ir todo bien?, a partir de ahora TODO irá bien. – Siempre que pase por este cacharro, pensé. – Estupendo, porque necesito ese informe lo antes posible, no es cosa de broma. – Dijo algo desafiante. – Dame un momento, enseguida termino. Hay un par de errores, ahora te los comento. - Decirle a un físico diplomado,  que me sacaba diez años por lo menos, que había descubierto fallos en su trabajo me sentó de maravilla.  El rostro de Pedro se tiñó de rojo. – ¿Un par de errores? –Preguntó enojado. - Sí, ¿ves? – Se acercó a la hoja acribillada por pequeños agujeros por los bordes. – Vaya, parece que te has ensañado, tu padre también tenía esa manía de graparlo todo mil veces. Si quieres me lo llevo ahora y corrijo esta parte mientras tu revisas el resto. - Dijo, ahora más humilde. – Está bien.- Contesté. Estaba en la puerta cuando se volvió y me dijo: -Por cierto, ha venido tu madre, ¿la hago pasar?- Me quedé de una pieza. Noté cómo saboreaba mi reacción con deleite. No quise darle ese gusto. – Claro, que pase, que pase.- Reaccioné.

Guardé la grapadora en el cajón y barrí las grapas con el brazo. Crucé los brazos esperando a la mujer que un día llamé madre y hacía diez años que no veía. No reconocí a la persona que cruzaba el umbral de la puerta con confianza, como quién conoce el terreno que pisa. Por su aspecto no podría tener más de treinta años, pero yo sabía que pasaba los cuarenta y cinco. Una larga melena rubia enmarcaba una cara fina y delicada, delataba una habitual consumidora de cosméticos anti-edad, las manos cruzadas sobre el regazo, daba la impresión que lo más pesado que habían agarrado nunca, eran los bolígrafos de los restaurantes para firmar la cuenta. – Martín, ¿cómo estás? - Preguntó. Intenté poner un tono frío y neutro, - Bien, las cosas han marchado bien sin ti mamá.- Dije. -Te he echado mucho de menos hijo. Tu padre no me dejó alternativa, tú sabes que es cierto.- Hizo una pausa, sacó un pañuelo y se secó las lágrimas. -Decía que se pasaba el día en el trabajo y estaba con esas putas. Ya no podía sopórtalo más. He venido porque quiero que volvamos a ser una familia. – Me tragué el nudo que tenía en la garganta y pregunté: -¿Por qué no viniste al funeral mamá?, allí me podrías haber visto si tanto te importo ahora.- Arranqué la última hoja del informe de Carlos, que apenas tenía unas anotaciones y empecé a escribir mientras ella hablaba.  -No quería verle hijo, ni siquiera muerto. Yo gastaba su fortuna para reclamar su atención y te llevaba conmigo para que vieses lo mucho que te quería tu padre, por pasarse el día trabajando y poder pagar nuestros caprichos, ¡yo te protegí de la verdad!- Se acercó a mí y me dio un abrazo empapándome en lágrimas. Yo Llevaba rato trascribiendo su discurso. La separé con cuidado, abrí el cajón y saqué la grapadora. Se la quedó mirando extrañada, no conocía de lo que era capaz. Mirándola a los ojos grapé la hoja en la que había escrito su testimonio del por qué nos abandonó.

No tuve que comprobarlo, por el sonido supe que todo o parte de lo que me había dicho era mentira, eso y los años de desapego por su parte me bastaron. - ¿Sabes? Eso que has dicho… no me da buena espina.- Dije antes de perder la calma.

– ¡¡¡Fuera de aquí!!! ¡¡¡No quiero volver a verte nunca, ¿me has entendido?!!!- Me miró espantada, por su gesto supe que le acababa de partir el alma en dos. La arrastré hasta la puerta cogiéndola del brazo. - ¡Largo! ¡Y no vuelvas! – Le seguí clavando toda la rabia de mi mirada hasta que abandonó las oficinas. Los ingenieros presenciaron la escena atónitos. Volví a mi despacho y releí la carta de mi padre, completamente grapada por los bordes.  Siempre te he querido”.  Cuando entró Carlos me encontró llorando. – Perdona, ¿es mal momento? si quieres vuelvo luego.- Preguntó comprensivo. -No, tranquilo, ¿qué pasa? – Sí mira, es que en la última página de mi informe hay una errata. Vaya, has escrito encima... ¿Ves? justo aquí.     

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